domingo, 2 de diciembre de 2007

En ABC


Vidas al desagüe

Por JUAN MANUEL DE PRADA
FORZABAN los partos inyectando a las embarazadas sustancias químicas que
provocaban fortísimas contracciones en el útero; a los fetos de siete u ocho
meses, les inyectaban calmantes para evitar que pataleasen y luego, apenas
asomaban la cabeza, los decapitaban, o les introducían un catéter por la
región occipital que les succionaba el cerebro. Para desprenderse de sus
cadáveres, los introducían en una máquina trituradora que los reducía a
papilla orgánica y los arrojaban al desagüe. La truculencia de los métodos
empleados en esos mataderos barceloneses (España)* que, misteriosamente, la
prensa insiste en llamar «clínicas» ha servido para que, siquiera durante
unas horas o días, la opinión pública se estremezca de horror. Por supuesto,
se trata de un estremecimiento hipócrita, el repeluzno momentáneo del
monstruo que no soporta contemplar su monstruosidad reflejada en un espejo;
pero basta dar la espalda al espejo para que el monstruo pueda seguir
viviendo plácidamente. En apenas unos días, nuestra memoria selectiva habrá
borrado la reminiscencia de tanto horror; y se seguirá abortando a mansalva,
con idénticos o parecidos métodos, ante la indiferencia de los monstruos.
A las tropas americanas y británicas que, en su avance hacia Berlín, iban
liberando los campos de concentración donde se hacinaban espectros de
hombres no les espantaba tanto el espectáculo dantesco que se desplegaba
ante sus ojos como la pretendida ignorancia de los lugareños vecinos, que
habían visto llegar trenes abarrotados de presos al apeadero de su pueblo,
que habían visto humear las chimeneas de los hornos crematorios, que habían
visto descender la ceniza de los cuerpos sobre sus tierras de labranza y,
sin embargo, habían fingido no enterarse de lo que estaba sucediendo ante
sus narices. Con esta nueva forma de holocausto que es el aborto ocurre lo
mismo: mucho más horrendo que el crimen de esos matarifes que trituran fetos
de siete u ocho meses y arrojan sus restos al desagüe es la connivencia
silenciosa de una sociedad que vuelve la espalda ante tanta bestialidad, que
ya no dispone de resortes morales para sublevarse contra semejante forma de
muerte industrial, que finge que no le incumbe, que incluso formula
justificaciones rocambolescas que la amparen. Y que, en el colmo de la
vileza, urde simulacros compasivos que traigan placidez a su existencia de
monstruos: quienes se encogen de hombros ante esta nueva forma de muerte
industrial suelen ser los mismos que se erigen en paladines de los derechos
de los animales, los mismos que se muestran atribulados ante las
consecuencias del cambio climático, los mismos que se rasgan las vestiduras
cuando se enteran de que en Guantánamo se dispensa a los reclusos un trato
vejatorio.
Escribíamos el otro día que nuestra época había dejado de ser humana. Tal
vez este proceso de deshumanización no sea irreversible; tal vez las
generaciones que nos sucedan vuelvan a contemplarse en un espejo y reúnan el
valor suficiente para renegar del monstruo que les hemos cedido en herencia.
Tal vez esas generaciones futuras quieran saber cómo eran sus antepasados; y
entonces se desplegará ante sus ojos el espectáculo dantesco del aborto, los
millones de vidas que fueron trituradas y arrojadas al desagüe cuando ni
siquiera podían defenderse. Pero no les espantará tanto ese cómputo
innumerable como la impiedad de aquellos antepasados que consintieron tanta
bestialidad. Y todavía les espantará más saber que aquellos mismos hombres
que habían renegado de su humanidad maquinaron coartadas que les permitieran
sobrellevar una vida plácida mientras la trituradora se atoraba, incapaz de
deglutir tanta vida reducida a papilla. Les espantará hasta la náusea saber
que mientras las trituradoras de la muerte industrial trabajaban a destajo
sus antepasados lloriqueaban farisaicamente recordando a las víctimas de tal
o cual guerra pretérita, organizaban telemaratones solidarios, participaban
muy orgullosamente en manifestaciones contra el cambio climático: simulacros
de fingida humanidad en una época que había dejado de ser humana.
A esas generaciones futuras sólo les restará un consuelo: saber que,
mientras sus antepasados renegaban de su condición humana, había un Dios que
abrazaba amorosamente tanta vida arrojada al desagüe.
'ABC' España - 2007.XII.01
* Como en millares de otras ciudades y aldeas en el orbe.


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