domingo, 23 de diciembre de 2007

TESTIMONIO FAMILIAR

Publicado: 21-12-2007

Escribo estas líneas en el único momento de calma que hoy voy a tener. Estoy en la consulta del dentista, con mis hijos mayores, esperando a que salgan. Con el ritmo de trabajo que nos ha tocado vivir, los momentos de convivencia familiar completos no son muchos, aunque sí intensos. En pocas ocasiones podemos pararnos a charlar alrededor de la mesa. Entre semana vamos todos corriendo de un sitio para otro sin parar todo el día. Y eso que yo soy uno de los pocos privilegiados que tiene un horario de trabajo bastante cómodo. Es una pena que los niños aprendan tan pronto a vivir “con prisa” y que no tengamos todos más tiempo para jugar y disfrutar de ellos. Esta situación no nos permite disponer de la necesaria calma y paciencia que los padres necesitamos para educar correctamente. En la mayoría de las ocasiones no tenemos tiempo de escuchar atentamente lo que nuestros hijos nos quieren contar: a nosotros nos puede parecer una nimiedad, pero para ellos, en ese momento, es lo más importante.

Uno de esos pocos momentos intensos de familia se produce al final del día, justo antes de acostar a los niños; nos ponemos delante de Dios y le damos las gracias por todas las cosas buenas que tenemos: tenemos salud, una familia y amigos que nos quieren, una casa, un colegio donde aprender, y tantas otras cosas buenas, como los juguetes, que es de lo que más se acuerdan los pequeños en ese momento. Somos, yo por lo menos así lo creo, unos auténticos privilegiados, y no solemos acordarnos de Dios más que cuando tenemos problemas. Deberíamos estar continuamente dándole gracias por todos sus regalos, especialmente por el más preciado, el don de la VIDA.

Rafael Zulueta.

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